Comentario
Puede que la prohibición de representar imágenes en las paredes que promulgó muy pronto la Iglesia española mantuviera una tendencia a colocar en los templos sólo motivos ornamentales o simbólicos, a pesar de que el estudio del arte visigodo y la originalidad de las miniaturas mozárabes indican que desde muy pronto se cultivó una iconografía propia. Lo cierto es que las pocas representaciones figuradas del arte visigodo corresponden a sus manifestaciones más tardías y en ambientes de claro orientalismo, en los que no faltarían los peregrinos que hubieran regresado de Tierra Santa y pudieran narrar los detalles de las representaciones que ilustraban las Escrituras o las vidas de los santos en otros lugares.
Ya se ha mencionado el toro simbólico del evangelista Lucas en una placa de Mérida; hay otra en Toledo con el mismo tema, pero de ejecución muy clásica, como si se debiera a un artista de Rávena. Quizás, por la asimilación de los evangelistas con los pilares de la doctrina en la que se basa la Iglesia, sus figuras aparecen precisamente en columnas en los otros casos que conocemos.
El capitel de los evangelistas de Córdoba responde por su forma al tipo de simplificación bizantina del capitel corintio, con sólo cuatro grandes hojas en las esquinas, que hacen también de volutas, rosetas aisladas sobre un friso de arquillos en el ábaco y otro friso similar como collarino. En los cuatro espacios libres entre las hojas están representados los evangelistas con torsos humanos, envueltos en vestidos de pliegues muy próximos; la representación de san Mateo, como ángel con rostro humano es algo mayor que las restantes y el ropaje parece proceder de otros modelos; los otros tres pueden identificarse por el perfil de las cabezas, que a pesar de haber sido picadas intencionadamente permiten distinguir al toro de san Lucas, el león de san Marcos y el águila de san Juan; san Lucas y san Juan tienen dos pequeñas alas vueltas hacia arriba, mientras que las cabezas de san Mateo y san Marcos quedan dentro de un nimbo circular. Esta forma de representar al Tetramorfos, con cuerpo humano y cabeza simbólica no se conoce en la iconografía contemporánea y sólo aparece en el siglo X, especialmente en la miniatura mozárabe, lo que permite afirmar que tanto el capitel como las miniaturas deben tener un origen común en las ilustraciones de los libros visigodos, en las que debería encontrarse una evolución personal de la iconografía cristiana.
Sobre la misma fuente de inspiración se labraron otras figuras de evangelistas en las altas basas de las columnas occidentales del crucero de San Pedro de la Nave; pueden distinguirse allí, a pesar del desgaste que han sufrido en una posición tan baja, dos figuras en pie con grandes alas extendidas a los lados, y en una de ellas el perfil de cabeza de toro correspondiente a san Lucas. La cercanía entre los evangelistas de Córdoba y los apóstoles de los capiteles de San Pedro de la Nave, que llevan vestidos semejantes y muestran un libro, confirma la existencia de unos modelos comunes de fácil transmisión, que serían libros con miniaturas.
El programa iconográfico de San Pedro de la Nave en su segunda serie de relieves, comprende los frisos vegetales, las basas de los evangelistas y las basas y capiteles restantes de las columnas del crucero, ocupadas por otros temas figurativos. Las columnas orientales tienen motivos vegetales en las basas, enmarcados por franjas con pequeñas hojitas de las que hay claros paralelos en Toledo y Tarragona, dentro de obras cercanas a modelos bizantinos; en los ángulos de las basas hay cabezas humanas muy desgastadas, pero pueden suponerse semejantes a las que ocupan las caras menores de los capiteles correspondientes, unas con pequeños cruces en las manos y otras con tonsura y nimbos avenerados; son representaciones genéricas de santos y mártires, que participan de un temario general de símbolos del sacrificio y la Salvación.Los dos capiteles del lado occidental del crucero de San Pedro de la Nave aprovechan las caras laterales para colocar imágenes de los apóstoles y en los frentes tienen escenas más complejas. Los apóstoles son en un capitel san Pedro y san Pablo, y en el otro santo Tomás y san Felipe; aparte de llevar sobre ellos unos rótulos con los nombres, tienen atributos significativos como la cadena en el cuello de san Pedro o la corona que soporta sobre la cabeza san Felipe, al que le falta el nimbo de santidad puesto que está representado en el momento en el que cumple su penitencia de esperar cuarenta días a las puertas del paraíso hasta que el arcángel Miguel le imponga la corona de la victoria, en castigo por hacer que sus enemigos fueran tragados por la tierra; este suceso, muy poco conocido, de la vida de san Felipe, sólo aparece en textos apócrifos griegos de hacia el siglo V, en las llamadas "Actas de Felipe", de las que no existe siquiera en la antigüedad una versión latina; hay que pensar por ello, que el artista de San Pedro de la Nave fue guiado por alguien que conocía estos textos, o que tomó la imagen de una miniatura, pero en cualquiera de los dos casos debe apreciarse la originalidad del arte visigodo en crear una iconografía particular. Una vez comprendida esta interpretación, se observa que los cuatro apóstoles elegidos tienen en común haberse apartado de Dios, negándolo, dudando de él o cometiendo alguna falta, y que a pesar de ello los cuatro recibieron el perdón divino. Es la exaltación de la confianza en la Bondad divina y de la esperanza en la Salvación.
Las dos escenas mayores de los capiteles de San Pedro de la Nave son el sacrificio de Isaac y Daniel entre los leones. La disposición de las figuras, e incluso los rótulos que llevan encima, se repiten puntualmente en las miniaturas mozárabes, por lo que no puede dudarse de la existencia de unos antecedentes comunes. El sentido iconográfico de las dos escenas es el de la consecución de la protección divina por medio de la oración y el sacrificio, pero sobre todo, gracias a la firmeza de la Fe; en este sentido, Daniel y Abraham parecen ofrecer con su confianza en la intercesión divina, un contrapunto a la debilidad de los apóstoles. Estas asociaciones de imágenes no pueden considerarse casuales, sino que responden a un verdadero programa de intención didáctica, que daría pie a las disertaciones de los sermones sacerdotales y a la instrucción de los catecúmenos, algo en lo que los sacerdotes visigodos de San Pedro de la Nave se adelantaron varios siglos a la imaginería románica, al utilizar el arte como medio para la formación religiosa.
Las escenas de Abraham y Daniel, que aparecen en los antiguos sarcófagos hispanos a través de iconografías orientales, o la imagen singular de San Felipe, relacionada con apócrifos griegos como los temas de los sarcófagos de la Bureba, deben relacionarse con la introducción en España de la literatura religiosa oriental, desde épocas muy primitivas, y su reelaboración artística local, que estaría recogida esencialmente en las miniaturas. Otros testimonios figurados parecen participar, sin embargo, de unas influencias latinas más cercanas. En un pilar aparecido en San Salvador de Toledo, una de las caras sustituye las tradicionales simulaciones de órdenes arquitectónicos por cuatro cuadraditos con escenas figuradas, que pueden ser reconocidas, a pesar de que las caras han sido mutiladas. Los temas son cuatro episodios de la vida de Cristo: la curación del ciego, la resurrección de Lázaro, el encuentro con la samaritana y la curación de la hemorroísa; Cristo aparece siempre de frente y extiende sólo la mano para efectuar los milagros, sin sostener una cruz o una vara, lo que corresponde a modelos tomados de Rávena, al igual que la preferencia por los episodios del Nuevo Testamento.
Finalmente, la iglesia de Santa María de Quintanilla de las Viñas ofrece en la decoración del arco toral otro programa iconográfico figurado de gran interés. En el propio arco hay una banda con roleos vegetales, racimos, hojas y aves, del mismo tipo de los frisos exteriores, pero con apariencia de mejor calidad por su conservación a cubierto. Las improntas del arco tienen en sus caras frontales dos escenas similares: parejas de ángeles que sostienen discos con la representación del sol y la luna; el sol tiene la cabeza radiada y la luna soporta un creciente, pero además llevan rótulos con sus nombres. Hay otros dos bloques del mismo tipo, fuera de su lugar, en los que se ven parejas de ángeles y las figuras intermedias parecen un varón que sostiene una cruz y una mujer con la mano izquierda cruzada sobre el pecho. Sobre el arco toral hay un sillar rectangular con una imagen en actitud de bendecir que, en este caso, corresponde con seguridad a la representación de Cristo, por llevar barba y nimbo crucífero; en otras dos piezas sueltas hay personajes con libros en las manos. Aunque parte de estos relieves no se encuentre en su lugar, es fácil relacionarlos todos con un programa de apoteosis cristiana, en el que los modelos de las parejas de ángeles se han tomado del repertorio clásico de las exaltaciones imperiales con genios alados.
El número de escenas figuradas en el arte visigodo es bastante limitado, pero significativo a la hora de testimoniar una originalidad hispánica en la iconografía cristiana, que tiene mayor vinculación con Oriente que con Occidente, y que se manifestaría plenamente en miniaturas para la ilustración de libros, de los que sólo conocemos sus consecuencias mozárabes.